La Casa de Vidrio

El 25 de enero de 2000, en un céntrico peladero ubicado en la esquina de Moneda y Bandera, la actriz Daniela Tobar, de 21 años; comenzó a vivir como si fuera su hogar, en una minúscula casa de vidrio de 4 por 2 metros.
Esta iniciativa constituía una intervención artística, denominada "Nautilus, casa transparente", financiada por el Fondart, causando impacto y discusión nacional, principalmente en las aristas de la estética y la moral.Sin embargo, este hito marcaba con claridad la incorporación de la sociedad chilena al nuevo circuito global de la producción de la subjetividad postindustrial: la intimidad como espectáculo o más globalmente la sociedad del espectáculo, recordando el célebre libro de Guy Debord. De esta manera es posible rastrear la línea de continuidad que existe, entre la casa de vidrio y el auge vertiginoso de los realitys, los talk show y los nuevos dispositivos de la llamada web 2.0: blogs, fotologs, facebook, webcam, twitter, entre otros. Fenómeno cultural que se extiende a otras manifestaciones: el auge explosivo del género de las biografías, el surgimiento de géneros como los documentales en primera persona, etc. Momento cultural que anuncia una verdadera revolución en la producción de la nueva subjetividad. Distanciada de la producción de la intimidad de los siglos XIX y XX, que cultivaban una interioridad densa y al mismo tiempo misteriosa, oculta y estable, anclada en la cultura letrada y que se abonaba en el silencio y en la soledad del ámbito privado, amparadas en los valores del pudor y la discreción.
¿Cuál es la nueva subjetividad epocal que se elabora? La necesidad de una sociabilidad dirigida a afirmar el Yo, por medio de la huída del anonimato. No se trata ya de un diálogo interno, íntimo con un self. La nueva condición es ser visto por la mirada de otro. El derecho a mostrarse y ser visto. Lo que se ha denominado como "el show del yo" donde el principal contenido es el propio yo, la cotidiana vida propia. O autores que no tienen obra, pero si autobiografía, donde lo principal resulta ser el personaje mismo.
Es la mirada de los otros lo que avala, de esta manera, la propia existencia; la esencia ya no es lo que está velado, sino que uno es lo que muestra. El "uno" es lo que se ve, el éxito o el sentido, es que los otros nos vean: "Carmen pasó de una relación abierta a soltero(a)", "haciendo aseo en casa", "esperando un llamada", fotografías de personas comunes y anónimas, prolongación de realitys verdaderamente extremos y permanentes.
Narrarse a sí mismo, hacerse visible, con el imperativo de la actualización permanente, como forma de respuesta a la presión cotidiana de la obsolescencia de todo lo que existe, provocada por los incesantes flujos de información, que conforman y devastan la realidad al mismo tiempo y en el mismo instante; y en donde el pasado individual ya no es garantía de estabilidad e identidad para el yo.Frente a este nuevo horizonte de subjetividad, existen más bien, silencios y complacencias, incluso desde aquellas opciones culturales y políticas tan dadas a resistir todos los ámbitos de la globalización. Probablemente sea muchas veces, fruto de la incomprensión y la perplejidad.
Cambio epocal, por cierto, que elimina la pregunta por el qué es mejor o peor. El marcar este clivaje, no es para esperar una cultura conservadora y de la resistencia melancólica; estéril por lo demás, porque la hegemonía cultural dominante convierte toda resistencia en mercancía y glamour, o para anteponer una supuesta supremacía de la cultura letrada. Sino más bien para abrir un tamiz de reflexión, precisando la necesidad de entender la subjetividad actual, no como el mero producto de los avances tecnológicos sino fruto de un proyecto global.
¿Hacia qué tipo de sociedad y de psiquismo apuntan estas prácticas vigorosamente actuales? ¿Cómo afrontar este nuevo universo, donde además la inclusión digital debe ser condición y reivindicación? Se trata entonces más bien, de anteponer una lectura crítica que dé cuenta tanto de las innegables posibilidades de democratización, participación y transparencia, como develar las pautas que solidifican la hegemonía cultural dominante, distinguiendo efectos indeseados y aprovechamientos vitales, enmarcados en lo posible y en las posibilidades de una época.
Que el espacio dejado por la ausencia de los grandes relatos, no sea copado por pequeñas narrativas diminutas y reales, que a veces en su huída, no hacen más que celebrar y confirmar ese vacío. Se trata más bien de la manera que lo señaló Deleuze; como torcer el timón sin ir para atrás, sino para abrir el campo de lo posible.